Chocolate que protege al bosque: la isla brasileña donde el cacao impulsa la acción climática
En Combu, una pequeña empresa comunitaria demuestra que es posible producir chocolate amazónico de alta calidad, fortalecer la economía local y cuidar la selva al mismo tiempo.

25 de noviembre de 2025
Brasil
Redacción
En el corazón del río Guamá, frente a la ciudad de Belém, la isla de Combu se recorta como una franja de verde intenso. Allí, en medio de árboles de cacao, cupuaçu, taperebá y otras frutas amazónicas, una comunidad ribereña ha convertido el chocolate en herramienta de acción climática, desarrollo local y defensa del bosque.
El paisaje no es solo postal: es el escenario donde la Asociación Filha do Combu, liderada por la productora indígena Izete Costa, conocida como Dona Nena, ha construido un modelo que combina saberes tradicionales, agroecología y economía comunitaria. Su proyecto se ha transformado en referencia para quienes buscan alternativas reales frente a la crisis climática.
De cocina familiar a fábrica comunitaria de chocolate amazónico
Hace algunos años, el sueño de Dona Nena empezó en pequeño: producir chocolate con cacao amazónico y venderlo en ferias locales. Con formación técnica y organización colectiva, aquella iniciativa artesanal se convirtió en una pequeña fábrica, desde donde hoy se elaboran chocolates que se comercializan en todo Brasil.
Además, la planta se ha convertido en un punto turístico y educativo: visitantes de distintas partes del mundo llegan a Combu para conocer el proceso de producción del chocolate en plena selva y entender cómo una comunidad puede generar ingresos sin deforestar. De las 20 personas que trabajan en la fábrica, 16 son mujeres, lo que refuerza el papel central de las productoras en la transformación económica y social de la isla.
Agroecología: trabajar con el bosque, no contra él
El sistema de producción que sostiene a la Asociación Filha do Combu es agroecológico. En lugar de talar para sembrar, las familias trabajan con el bosque en pie, combinando especies autóctonas que se apoyan entre sí.
Por ejemplo, se plantan hileras de plataneros para atraer abejas polinizadoras, esenciales para mejorar el rendimiento del cacao. Cuando identifican áreas del terreno que comienzan a degradarse, las comunidades rellenan esos “vacíos” con nuevos árboles, en lugar de abrir claros nuevos en el bosque. La lógica es simple pero poderosa: si el bosque está sano, la economía también.
“Enriquecer el bosque con lo que funciona bien, sin tumbarlo, es parte de nuestro trabajo cotidiano”, resume la filosofía de Dona Nena, quien insiste en que la selva es la base de la vida y del negocio.
Energía solar en la fábrica… y un clima cada vez más inestable
La fábrica de chocolate de Combu funciona ocho horas al día con energía solar, lo que reduce costos y emisiones. Sin embargo, la fragilidad de la infraestructura eléctrica sigue siendo un reto: cuando la caída de un árbol corta el suministro, las máquinas pueden quedar paralizadas durante días.
Por eso, la comunidad busca duplicar la capacidad de energía solar, con el objetivo de mantener la producción estable incluso ante cortes de la red convencional.
Al mismo tiempo, los efectos del cambio climático ya se sienten en la isla. Las últimas cosechas de cacao han sido más bajas; los frutos se secan o se deforman y algunos árboles muestran signos de estrés. A esto se suma la preocupación por el acceso al agua potable: aun estando en plena temporada de lluvias, la comunidad ha enfrentado periodos de más de dos semanas sin una sola gota de lluvia.
De la Amazonia al mundo: Combu como ejemplo para la COP30
La experiencia de Combu ha llamado la atención del ámbito internacional. En días recientes, la comunidad recibió la visita de Annalena Baerbock, figura clave de la diplomacia global, quien ya había conocido el proyecto años atrás.
Durante su recorrido, Baerbock destacó que iniciativas como la Asociación Filha do Combu demuestran que es posible unir crecimiento económico, desarrollo sostenible y protección del clima, y que el beneficio puede quedarse en las comunidades indígenas y ribereñas, en lugar de perderse en cadenas de intermediación.
De cara a la COP30, que tendrá lugar en Belém, la historia de Combu envía un mensaje claro: las soluciones ya existen en los territorios, solo necesitan reconocimiento, financiamiento y políticas públicas que las amplifiquen. Baerbock insistió en que conectar estos modelos a mayor escala es clave para mantener el calentamiento global por debajo de los 2 °C, idealmente 1.5 °C.
Lecciones del bosque: mujeres, cuidado y futuro compartido
Tras degustar frutos amazónicos y distintas recetas de chocolate, Dona Nena condujo a Baerbock por un sendero en la selva, donde se reunieron con un grupo de mujeres productoras. Allí hablaron del empoderamiento femenino, del ingreso que las mujeres logran a través de la asociación y de cómo su energía de cuidado y dedicación se refleja en la calidad del producto final.
En el recorrido, el propio bosque ofreció metáforas poderosas: un árbol de taperebá que se seca lentamente bajo una enredadera parásita fue interpretado como una lección sobre relaciones destructivas de dependencia, similar a lo que ocurre con un modelo económico que agota la naturaleza de la que vive.
Más adelante, se detuvieron frente a una sumaúma centenaria, un árbol gigante del Amazonas que puede alcanzar los 70 metros de altura. Se calcula que ese ejemplar tiene más de 280 años. Ha sobrevivido a siglos de cambios y se erige como símbolo de lo que aún puede preservarse si la acción climática global se acelera.
En Combu, cada tableta de chocolate cuenta una historia: la de una comunidad que demuestra que proteger el bosque, fortalecer a las mujeres y enfrentar la crisis climática puede ir de la mano con una economía viva, justa y sostenible.

